PERFIL Y ESTILO PERSONAL

He aquí algunas ideas que tratan de expresar mi manera de vivir la montaña. En realidad, quienes tenemos la posibilidad de disfrutar de esta actividad, reconocemos que en gran medida, la montaña es escuela de vida, pues independien-temente de las características de cada experiencia particular, la montaña siempre deja sus enseñanzas. Tal es así que, luego de realizar mi primer excursión al Cerro Champaquí, advertí que se había encendido algo especial en mi interior. A decir verdad, no fue un descubrimiento que tuvo lugar de inmediato, pero tampoco se mantuvo en silencio por mucho tiempo. La montaña, no ya como montaña en sí, sino Dios a través de ella, estaba dejando su impronta, su sabor, su esencia, una suerte de mensaje que decía: "esto es para vos". Eso fue lo que, después de algunos años, interpreté de aquel ascenso realizado en 1988 con un grupo de jóvenes.

Se sucedieron así muchas otras historias, enseñanzas de las más variadas, aprendidas de la gente, de los amigos, de situaciones diversas, a mayor o menor altitud sobre el nivel del mar, con condiciones climáticas de todo tipo, conviviendo y aceptando lo culturalmente distinto, lo nuestro y lo de otros países. Una colección de cumbres permitidas y negadas, pero todas cumbres al fin. No hablo de trofeos, sino de regalos. Cumbres, a veces tocadas y alcanzadas con todo el ser, otras en cambio, mucho más con el alma que con el cuerpo. Algunas sólo en sueños, más cercanas o más lejanas, pero queridas y llevadas en el corazón, grabadas donde tenían que quedar para siempre, en medio del recuerdo vivo de las personas con quienes fueron compartidas. También, algunas pocas en la memoria de la soledad, como experiencias especiales de encuentro personal. Aquellos ascensos o travesías en solitario sirvieron para vislumbrar una nueva enseñanza: "ir a la montaña no es escapar de la ciudad". Más bien, se trata de "ganar altura para luego regresar a la ciudad y verla con ojos nuevos."

A propósito, durante los primeros años de montañista, me costaba mucho regresar a casa y sentirme íntegro. Alguna porción de mí solía quedarse por sobre el nivel del mar. Sentía profundamente de quedarme allá, en donde mis fibras percibían que ese era el lugar. Más tarde comprendí otra lección de esta hermosa escuela de vida: "la cumbre es posible en donde uno se encuentre". Descubrí entonces que existía la cumbre de la montaña y también la propia de la ciudad, la de lo cotidiano, la más auténtica, la de cada persona montañista de la vida, la que hay que afrontar en cada situación.

Fueron pasando los años, y los kilómetros recorridos tanto en horizontal como en vertical, me llevaron a develar un nuevo regalo: la alta montaña. El aprehender nuevas técnicas y metodologías, como así también la introducción al uso de equipo apropiado, suscitaron un estilo diferente de vivir la montaña. Una manera de ampliar horizontes que acentuaba esta combinación que existe entre el disfrute y el aprendizaje continuo: la sucesión de pasos en la escalada de la vida que se llama crecer.

El correr del tiempo me hizo ver que el disfrute fue y es a consecuencia, de lo que han dejado y siguen aportando, todos aquellos que de una u otra manera influyeron en mí como para que se gestara y afianzara esta pasión tan grande. Sin particularizar, algunos compañeros de cordada fueron mis familiares, amigos, conocidos, alumnos de instituciones educativas, docentes, y montañistas de renombre a través de sus propias experiencias volcadas en libros, películas, etc.

Por su parte, el aprendizaje continuo tiene (según mi modo de ver) su norte geográfico en lo que identifico como la cumbre permanente, la de cada momento presente, y a la cual todos estamos llamados: llevar adelante el ascenso cotidiano de manera comunitaria y no individual, ayudándonos entre todos.

Quien asciende, contempla. No hay montaña sin contemplación. Podrán estar allí, delante de nuestros ojos y ser de las más impresionantes, pero sin una adecuada capacidad de contemplar, podrán pasar también desapercibidas. El origen etimológico de esta palabra nos pone verdaderamente frente a un misterio que nos ocupa y nos supera dando lugar a un juego que se debate entre lo alto y lo profundo, entre lo visible y lo invisible, entre lo que se logra definir con palabras y lo que no llega a salir. Otra de las grandes enseñanzas de la montaña: contemplar en todo momento, reconociendo que hubo, hay y habrá un Creador.

Estas palabras fueron escritas con una sensación parecida a la que se tiene antes de pisar una cumbre. El estilo de "hacer montaña" que hoy disfruto es el que resulta del proceso compartido, en el cual seguramente la montaña misma se muestra bajo todas sus caras porque así es su personalidad: se deja, se cierra, nos sorprende, nos deslumbra, nos permite, nos pone al límite y nos da la posibilidad de conocer nuestras capacidades.

Ojalá, cada vez que recorras una montaña, y te dejes recorrer interiormente por ella, puedas llevar siempre tus emociones a lo más alto.

Ing. Ariel Gustavo Stechina

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